La ciudad se asienta en un lugar fragoso, accidentado, en uno de los bordes de la fosa del Rift, hundimiento que cruza de sur a norte el territorio africano y que se prolonga por el Mar Rojo, Mar Muerto y Valle del Jordán.
Talladas a plomo en las moles de piedra arenisca destacan las fachadas de templos y monumentos funerarios, fundiéndose arquitectura y paisaje en un todo caótico con aires de extraña modernidad.
En torno a la ciudad ha crecido una aldea, Wadi Mousa, (río de Moisés), donde ya hay unos setenta hoteles en medio de una geografía desordenada; Un marco pobre para la joya que –afortunadamente- está casi totalmente oculta por montañas a esta fiebre urbanística. Ya en el neolítico, Petra tuvo un poblado. En la cima de Umm al-Biuyara, hubo un asentamiento edomita.
Luego, en el siglo VI se estableció por allí la tribu de los nabateos, nómadas procedentes del desierto arábigo, que lograron prosperidad mediante el saqueo y el comercio.
Por el entorno pasaba la Ruta del Incienso, que proveía de éste a Roma y otros territorios, un producto caro, utilizado en fiestas, ceremonias y procesos de enterramientos.
El Imperio Nabateo llegó hasta el Mediterráneo, Siria y Arabia, controlando las rutas caravaneras. Petra debió ser algo así como la capital espiritual del mismo. Aguantó la presión romana hasta el año 106 después de Cristo. Ese año, la ciudad pasó a integrarse en la provincia romana de Arabia.
Petra se modernizó entonces, pero perdió vigor. Los nabateos declinaban en lo comercial, en tanto que florecía, más al norte, la ciudad de Palmira.
Hubo pronto un activo cristianismo en el lugar y una importante ciudad bizantina. Luego llegó la decadencia casi total bajo la dominación árabe. Aún estuvo vinculada a los cruzados durante algún tiempo y cayó en el olvido. Desapareció de la historia desde 1267 a 1812.
Talladas a plomo en las moles de piedra arenisca destacan las fachadas de templos y monumentos funerarios, fundiéndose arquitectura y paisaje en un todo caótico con aires de extraña modernidad.
En torno a la ciudad ha crecido una aldea, Wadi Mousa, (río de Moisés), donde ya hay unos setenta hoteles en medio de una geografía desordenada; Un marco pobre para la joya que –afortunadamente- está casi totalmente oculta por montañas a esta fiebre urbanística. Ya en el neolítico, Petra tuvo un poblado. En la cima de Umm al-Biuyara, hubo un asentamiento edomita.
Luego, en el siglo VI se estableció por allí la tribu de los nabateos, nómadas procedentes del desierto arábigo, que lograron prosperidad mediante el saqueo y el comercio.
Por el entorno pasaba la Ruta del Incienso, que proveía de éste a Roma y otros territorios, un producto caro, utilizado en fiestas, ceremonias y procesos de enterramientos.
El Imperio Nabateo llegó hasta el Mediterráneo, Siria y Arabia, controlando las rutas caravaneras. Petra debió ser algo así como la capital espiritual del mismo. Aguantó la presión romana hasta el año 106 después de Cristo. Ese año, la ciudad pasó a integrarse en la provincia romana de Arabia.
Petra se modernizó entonces, pero perdió vigor. Los nabateos declinaban en lo comercial, en tanto que florecía, más al norte, la ciudad de Palmira.
Hubo pronto un activo cristianismo en el lugar y una importante ciudad bizantina. Luego llegó la decadencia casi total bajo la dominación árabe. Aún estuvo vinculada a los cruzados durante algún tiempo y cayó en el olvido. Desapareció de la historia desde 1267 a 1812.
Jean Louis Burkhardt, nacido en Suiza en 1784, estudió el árabe y se convirtió al islam, cambiando su nombre por el de Ibrahim Bin Absukkah.
Conoció en 1812 el territorio jordano y –por alguna razón, la caravana en la que viajaba en dirección a La Meca pasó cerca de Petra, donde oyó hablar de la ciudad oculta, que nadie quiso mostrarle.
Para acceder a la misma buscó una estratagema. Vio un pequeño monumento sobre unas montañas y le dijeron que era la tumba de Aarón. Él declaró que era un peregrino y había hecho el voto de sacrificar una cabra en su honor. Finalmente, comprobado que era un peregrino y que iba a hacer un sacrificio, no le impidieron acceder hacia el interior, descubriendo la ciudad secreta, que él mismo identificó como Petra.
Burkhart no llegó hasta la cúspide donde está la tumba de Aarón; sacrificó la cabra en la parte baja, junto a las ruinas de la vieja urbe. Parece que estaba trabajando para los británicos, que pronto pusieron en marcha nuevas investigaciones sobre la ciudad.
Conoció en 1812 el territorio jordano y –por alguna razón, la caravana en la que viajaba en dirección a La Meca pasó cerca de Petra, donde oyó hablar de la ciudad oculta, que nadie quiso mostrarle.
Para acceder a la misma buscó una estratagema. Vio un pequeño monumento sobre unas montañas y le dijeron que era la tumba de Aarón. Él declaró que era un peregrino y había hecho el voto de sacrificar una cabra en su honor. Finalmente, comprobado que era un peregrino y que iba a hacer un sacrificio, no le impidieron acceder hacia el interior, descubriendo la ciudad secreta, que él mismo identificó como Petra.
Burkhart no llegó hasta la cúspide donde está la tumba de Aarón; sacrificó la cabra en la parte baja, junto a las ruinas de la vieja urbe. Parece que estaba trabajando para los británicos, que pronto pusieron en marcha nuevas investigaciones sobre la ciudad.
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