Estaba sentada en la tercera fila de la clase, justo al lado del pasillo. Era una jornada de puertas abiertas, por eso pude acudir a tu clase de Estadística de tercero de carrera. No querías que fuera, me lo habías comentado. Yo era becaria en el departamento de al lado, y no querías que nadie supiese las intimidades que tú y yo nos traíamos, para no perjudicarte en tu ascenso. Pero a mí me excitaba mucho la idea de verte dando tu clase, puntero en mano y escribiendo en la pizarra con la tiza, trazando esas equis, esas zetas, con tus movimientos precisos y rotundos, apoyando con firmeza la tiza sobre el encerado apenas resbaladizo, como piel aún no engrasada, y deslizando con gestos rápidos y seguros, tal como me tocabas mi propia ‘delta’ como tú llamabas a mi triángulo isósceles - esa parte siempre dispuesta para ti- y a mí me volvía loca que lo hicieras. Así que me enteré de que la clase era abierta ese día, y acudí a ella, a sabiendas de que te enfadarías por ello. Me viste cuando apenas llevabas un par de minutos de exposición, y casi se te cayó el puntero. Mmm…ese puntero me traía muchos recuerdos. ¡Solías señalar tan bien los puntos de mi cuerpo que ibas a lamer a continuación, mostrando primero tus intenciones apenas rozándome con el puntero! Sólo lo justo, como aperitivo de placer anticipado. Conocía muy bien su tacto frío y atrevido profanando mi delta oscuro. Iba vestida con uno de los conjuntos que sólo me ponía para ti, en nuestro nido privado.
Uno de esos que me daba aspecto de colegiala. Falda de tablas azul marino, camisa blanca, chaqueta a juego y botas altas, simulando calcetines hasta la rodilla. Para compensar el aspecto adolescente, llevaba ese collar de perlas que a ti tanto te gustaba y un moño alto, en parte para parecer algo más alta, y en parte porque sé que te encanta despeinarme. La clase avanzaba y yo apenas podía concentrarme en algo que no fueran tus manos sujetando la tiza. Y tú tampoco parecías muy concentrado, me temo. ¿Acaso fue porque crucé las piernas y las saqué algo al pasillo justo dejándote adivinar las braguitas de algodón blanco que no llevaba esta vez y que me exigías ponerme con ese conjunto? ¿Acaso porque desabotoné dos botones de menos que dejaban ver todo más? ¿Acaso porque mi respiración se aceleraba cuando llenabas de fórmulas ininteligibles la pizarra oscura, verde oscura a juego con tu traje, ese en el que el pantalón empezaba a quedarte algo demasiado ceñido? ¿Acaso porque empezabas a detectar las miradas de deseo descarado que me lanzaban algunos de tus alumnos?
Fuera como fuera, yo sabía que te estaba estropeando la clase, en cierta forma, y también que en cierta forma la niña traviesa que disfrutaba contigo de tus juegos estaba deseando que te enfadaras. La clase terminó y yo recogí mis carpetas y salí, mezclada con tus alumnos. Mientras salía, noté tu mirada clavada en mi nuca…uf…sí que te habías enfadado, sí. Alguien aprovechó mis evidentes ganas de divertirme y sentí cómo alguien, aprovechando el anonimato de la masa que nos empujábamos en salir al pasillo, me subía la falda por detrás y me tocaba el culo…casi consiguiendo meterme mano. No me volví, me dejé hacer, incluso le facilité un poco el trabajo a la mano que supuse masculina y arriesgada, parándome un poco y entreabriendo las piernas. Lo sé, me sentía como una niña traviesa, una niña traviesa que se estaba mereciendo un castigo…¿y a ti te gustaría dármelo, verdad? Bajé con todo el grupo escaleras abajo y me colé en tu coche con las llaves que me habías dado. Acerté. Apenas cinco minutos después llegaste tú, abriste tu puerta, te sentaste al volante y sin dirigirme más que una mirada furibunda, arrancaste a toda velocidad.
Media hora después subíamos a tu casa. No me hablabas todavía. Podía notar tu enfado y a mí tus rasgos endurecidos no hacían más que ponerme más y más húmeda, excitarme más y más. Abriste la puerta con gesto brusco, me tomaste de la mano y me arrastraste hasta tu despacho, no hacia tu dormitorio. Eso me asustó un poco. Estabas tan callado, tan serio…y no me llevabas a la cama para reñirme un poco y terminar follando como poseídos, como otras veces en que te había desobedecido. -- ¿Qué haces? – te pregunté -- ¿Dónde vamos? -- Cállate – me respondiste con voz ronca—Cállate o el castigo será mayor. Te has portado como una nena traviesa y no te mereces ir a mi cama. No esta noche. Y me callé. Tampoco me dejaste mucha opción a reaccionar. Me metiste casi en volandas en tu despacho, tiraste al suelo lo que había sobre tu escritorio y me tumbaste boca arriba sobre tu mesa. Me quitaste la falda y la blusa arrancándome los botones, y la ropa interior en casi el mismo gesto. -- ¿Está húmeda, eh? ¿Ser traviesa te humedece, verdad, cachorrita?—exclamaste al pasar tu mano por mi entrepierna.
Me habías levantado las piernas con una de tus manos y con la otra explorabas mi delta secreto e inundado para ti. Casi sin pausa alguna, me metiste tus dedos dentro,…uno, dos, tres…sin esperar a ver si me adaptaba a tu medida. Me forzaste y me gustó que lo hicieras, con tu mano exigiendo mi dolor, buscando mi castigo. En la posición que mantenías mis piernas en el aire estaba algo molesta, no podía cruzarlas porque tú estabas dentro, pero tampoco podía abrirlas porque tú me sujetabas casi por los tobillos. -- ¿No estás cómoda? Me alegro…las nenas traviesas no merecen estarlo. Lo que se merece es esto. Y empezaste a golpearme la parte de las nalgas que quedaba expuesta ante ti, con suavidad apenas disimulada por esa ira que yo te había provocado. Mi trasero debió enrojecerse con facilidad y a ti te complació contemplar las marcas de tus manos en mi piel, atisbé a ver entre las lágrimas de dolor que me estaban saltando una sonrisa en tu cara. Sonrisa que adiviné más amplia cuando, tras un par de azotes especialmente violentos, me sentí invadida por tu sexo, ese que tanto había anhelado durante todo el día y que me había sido vedado.
Ese que ahora había entrado en mí en un solo empujón violento, buscando escamotearme el placer de su visión y obligándome a acoplarme a ella lo poco que la posición en que me mantenías, con las piernas rectas suspendidas por encima de tu cabeza, con la parte que habías golpeado al descubierto, rozándose con tu entrepierna. Tú debías estar casi tan ardiente como yo, porque te viniste en un orgasmo prematuro, sabedora como era de tu resistencia habitual cuando me cabalgabas. Y lo hiciste con tanta rapidez que yo aún no había alcanzado el mío. Te dejaste caer sobre mí y me miraste por primera vez en todo el día a los ojos: -- ¿Has llegado? –me preguntaste, aún jadeando. -- No. – te respondí. -- Bien. Muy bien. Las nenas traviesas no se ganan corridas, que lo recuerdes para la próxima vez. Y saliste del despacho, dejándome follada, cachonda y mojada sobre tu escritorio, mientras pensaba en cómo iba a poder volver a ponerme la ropa que habías roto a mis pies. Las bromas contigo se pagaban…empezaba a darme cuenta.
Pillado de la red, modificado....Yonaja
1 comentario:
Muy Buenooooo....
Gracias Yona.... esta muy biennnn.
Muakkk.
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